Todo tiene su final

todo-tiene-su-final

? Todo tiene su final, nada dura para siempre, tenemos que recordar, que no existe eternidad?

Si te gusta la salsa, sabes que así empieza una canción de Héctor Lavoe. En la misma, este gran intérprete nos recuerda algo que todos sabemos así a veces se nos olvide: somos finitos y aunque tenemos visos de eternidad, no vivimos para siempre.

Gran parte de lo que tenemos que resolver a lo largo de nuestra existencia, está relacionado con lo que perdemos, con lo que se va, con lo que ya no tenemos más. Y eso no solo pasa afuera con la muerte de otros o con el cierre de actividades y de ciclos, sino que ocurre adentro de nosotros, en nuestro día a día y en nuestra representación interior.

Pasar de etapa en el ciclo vital, cerrar una relación amorosa, finalizar un año escolar, terminar un viaje de descanso. Todo ello nos confronta con lo vivido, con lo disfrutado, con lo cursado y con lo finalizado. Así suene simple, todo lo que comienza ha de terminar y ello se convierte en una de las grandes y más significativas experiencias para la vida.

¿Qué pasaría si nada tuviera un final, incluyendo nuestra propia vida? Desde los inicios de la humanidad, hemos buscado los medios para perpetuarnos, para no morir y para ser inmortales y en ello la religión, los discursos míticos e incluso la ciencia, se han empeñado en abrir alternativas para esa esperanza. La vida eterna, la transmutación de la materia, la criogenia y otras tantas, se han identificado como opciones para mantener la vida antes de la muerte o para trascender a la muerte misma.

Vivir para siempre y no morir, o en palabras y actos más cotidianos: que aquello que vivimos jamás se termine (una comida, un amor, un viaje, un abrazo, un sueño), puede ser algo deseable pero a la vez puede ser algo insoportable. Como lo dice José José en una canción: «hasta la belleza cansa».

Todo tiene un final. Lo más terrible y lo más feliz, llegan en algún momento a su fin. Y eso, lejos de ser una condena para los seres humanos, es una posibilidad para reinventarse, para reconstruirse y para resignificarse. Lo que se ha mantenido como postura, lo que se ha elegido como decisión y lo que se ha buscado como opción, puede cambiar. Y en ese cambio de postura, de decisión y de opción, hay algo que muere pero a la vez, hay algo que comienza.

Hoy, hay dos eventos que me recuerdan mi finitud, no como algo angustiante pero sí como algo inevitable. Muere en Bogotá el psicólogo Carlos Vargas, decano durante varias décadas de la facultad de psicología de la Universidad Católica. Una persona con quien tuve la fortuna de cruzarme en el camino cuando fui decano de una facultad de psicología en Medellín y a quien me encontré muchas veces durante estos últimos años. Un hombre sabio, amable, diligente, jovial y bondadoso que hoy termina su ciclo de vida y que deja un legado importante para la psicología de nuestro país.

Pero además, cierro hoy el semestre académico como profesor en la Universidad EAFIT de Medellín. Aunque es un final temporal (eso espero y eso deseo), siento nostalgia al terminar los cursos que facilito. Los aprendizajes que tuve y el disfrute que experimenté durante estas 18 semanas de clase, me hacen sentir un poco arrugado el corazón. Los estudiantes de estos cursos, con quienes pasé momentos maravillosos, ya pasarán a otros cursos y lo vivido, lo aprendido y lo disfrutado con ellos, ya quedó en la historia.

Para terminar, dejo otro fragmento musical de una banda de rock argentino, que ilustra de manera perfecta eso que vivimos: que todo, sin excepción, tiene un final.

? Todo concluye al fin, nada puede escapar, todo tiene un final, todo termina. Tengo que comprender no es eterna la vida, el llanto en la risa allí termina ?


Compartir