Pequeñas violencias

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Estamos llenos de pequeñas violencias. Por fuera y por dentro. Miradas, palabras, estrujones, silencios, olvidos y muchas otras cosas más que ocurren en la vida cotidiana.

Pasan en la intimidad, en la oficina, en el salón de clases, en las redes sociales, en el bus, en la calle, en los parques. Violencias pequeñas como hormigas pero a su vez, con ponzoñas diminutas que causan escozor. Y de una en una, acumuladas, abruman, pesan y duelen.

Las pequeñas violencias a veces pasan desapercibidas y se camuflan. Bromas, chistes de doble sentido, micromachismos, agresiones sutiles, cruces de carril, ventanillas cerradas ¿Quién podría notarlas? Además, «para qué pararle bolas a esas bobadas…no seas sismático».

Pequeñas violencias desde afuera, a veces ejercidas hacia nosotros y a veces ejercidas hacia otros. A veces protagonistas como «víctimas», a veces protagonistas como «victimarios» y a veces ubicados en el lugar de espectadores.

Pequeñas violencias desde las palabras dichas a nosotros mismos, desde los actos ejercidos en torno a nuestra propia realidad y desde las construcciones del pensamiento sobre nosotros. Violencias sobre el propio cuerpo, sobre el propio valor, sobre el propio sentido, sobre la propia historia, sobre el quehacer, sobre el saber y sobre el ser.

Así sean diminutas, imperceptibles e intrascendentes, se hace necesario neutralizarlas, sofocarlas y evitarlas. Esas pequeñas violencias tienden a naturalizarse con el tiempo, a acumularse en la cotidianidad, a validarse en la vida social y a robustecerse en el psiquismo.

Hacer de la vida propia y de la vida con otros un mejor lugar, parte de enfrentar y resolver esas pequeñas violencias. Vidas más plenas e integradas, vidas menos culpabilizadas y más cercanas al bienestar, impactan en espacios, lugares y territorios más favorecedores del desarrollo. Ahí tenemos un gran reto vos y yo ¿Te le medís?


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