Me estoy tirando a mis hijos

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Estoy sentado en un café haciendo tiempo para entrar a una película. A mi lado, cuatro mujeres conversan animadamente. De repente una de ellas plantea algo que hace que lo que están diciendo se vuelva aún más intenso y fuerte: “se acuerdan de Eugenia”, dijo. Las otras tres mujeres asintieron con la cabeza y una dijo sí a viva voz. “Pues Eugenia se está tirando a los hijos” y así remató la frase.

Yo estuve una media hora sentado allí degustando un tinto y fue imposible no prestar atención a lo que mencionaban. Contaron detalles, plantearon cosas de su propia historia, hablaron de situaciones que habían visto en televisión o que habían encontrado en alguna nota en internet y retornaron una y otra vez al tema de Eugenia y sus hijos.

Para quienes tenemos hijos, esa pregunta es inevitable: ¿será que me estoy tirando a mis hijos? Yo también me la he hecho y en mi casa nos hemos planteado ese interrogante una y otra vez. Quienes saben que soy psicólogo a veces me dicen que soy un afortunado porque sé exactamente qué es lo que debo hacer con Alejandro y que con seguridad las dificultades por las cuales ellos atraviesan, para mí serán pan comido. Sin embargo, se equivocan cuando dicen eso.

La crianza siempre es relativa

He escuchado a consultantes y a participantes de talleres y conferencias que he acompañado, hablar de las situaciones que los complejizan en la relación con sus padres cuando fueron niños y de las eventualidades que se presentan con sus hijos. Por exceso y por defecto, por presencia y por ausencia, la sensación de no ser suficientes siempre aparecerá. Y esto lo dirán tanto los adultos hablando de sus padres cuando eran niños, como los padres hablando de sus hijos.

Estar en el punto medio entre el exceso y el defecto y entre la presencia y la ausencia, es más un ideal que una realidad. Aunque los seres humanos buscamos la homeostasis, el equilibrio siempre es precario y más temprano que tarde, volvemos a alguno de los extremos de manera inevitable. Algunas veces y en contravía de lo que podría pensarse, he escuchado a algunos consultantes expresar que hubieran preferido que su padre no hubiera estado tan atento a su proceso de crianza y que anhelan haber tenido un papá como el resto de sus amigos, que trabajara mucho, que fuera fuerte y que no fuera tan afectuoso. Por dentro me quedé pasmado, pero reafirmé que frente al proceso de crianza y frente al acompañamiento de los hijos, jamás habrá un punto último ni una verdad absoluta.

Volvamos a la conversación de las cuatro mujeres. Rápidamente se hicieron dos bandos. Un par de ellas afirmaban que lo que Eugenia hacía con sus hijos era lo adecuado mientras que las otras dos estaban en contra de dicha acción. A lo que se referían tenía que ver con un castigo, el cual consistía en quitarle el celular durante un par de semanas a su hijo adolescente por haber perdido una materia en el colegio y no haberle contado.

Quienes estaban a favor de lo que hizo Eugenia decían que hubieran hecho lo mismo y que podrían extremar aún más el castigo. Una de ellas planteó que la norma debería haber sido más fuerte y que con un castigo físico “a ese muchachito no se le ocurriría volverlo a hacer”. Tirarse a los hijos decía, implica dejarlos hacer lo que les dé la gana y no actuar en consecuencia con la complejidad de sus actos. Incluso mencionó que a su hija de doce años a quien había encontrado hablando por celular con un niño de su unidad pese a que le había prohibido hacerlo, le quitó el celular un mes y la dejó sin postre en la casa durante ese mismo tiempo.

Voces de asombro y de apoyo, surgieron en el resto de la conversación. No supe cuál fue el desenlace de este encuentro, pero no dudo que fue lo habitual con estos asuntos: la crianza es relativa y depende de los acuerdos de los padres o de los cuidadores.

Una alternativa posible

Seamos sinceros: los padres y las madres de esta y de cualquier época, siempre tendremos la duda en torno a los efectos de lo que hacemos con relación a nuestros hijos. Así tengamos libros, videos, conferencias, escuelas de padres o cualquier otra ayuda, siempre será una incógnita lo que pasará con ellos cuando crezcan.

Además, nuestros hijos en muchos casos nos recuerdan que lo que hemos hecho no ha sido adecuado y que sería mejor haber nacido en otro hogar y haber tenido otros padres. A esto también sobreviviremos y frente a esto también habremos de reponernos, ya que muchas veces tiene que ver con su construcción de independencia y con el proceso de crecimiento y de autonomía.

Un elemento importante para mirar con esperanza el proceso de acompañamiento en torno a nuestros hijos, tiene que ver con el afecto y los límites. Más allá de pensar en un proceso perfecto o ideal, evaluar cómo ha sido y como es la forma de expresar y de vivir el afecto, así como las maneras en las cuales construimos y ponemos en práctica los límites y las normas con nuestros hijos, serán los elementos que nos permitirán calmarnos cuando la tormenta aparezca o movernos de lugar si lo anterior no ha sido manejado de forma adecuada.

El acompañamiento a los hijos ha de implicar necesariamente afecto, amor, cariño, cercanía y presencia. Pocas o muchas horas, pocos o muchos abrazos, pocas o muchas palabras realmente no importan; lo central será la carga afectiva que ellas lleven y lo que allí pueda construirse en torno al cuidado y a la protección.

De otro lado, ello habrá de acompañarse de límites, tanto para los hijos como para los padres. Normas claras y sensatas, modos de reparar los errores, alternativas para enfrentar las dificultades y coherencia en las reglas, son asuntos requeridos y que permiten que la vida en común sea posible y que desde allí, se exprese con mayor claridad el afecto.

Posiblemente todos nos tiremos a nuestros hijos de una u otra forma. Sin embargo, cuando no lo hacemos con intención de dañar, cuando hemos conversado como familia para resolver las dificultades y cuando tenemos paciencia y calma frente a las tormentas y recordamos lo esencial, las cosas se verán de manera diferente y podremos entender que más que una labor perfecta, realizamos una labor posible y muchas veces, adecuada.

 

Columna publicada en la edición impresa del Periódico Gente el 25 de octubre de 2018


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