La vida es para vivirla

la-vida-es-para-vivirla

No estamos vivos solo porque respiramos o porque nuestro corazón late. No estamos vivos solo porque nos levantamos, nos bañamos, trabajamos, estudiamos y nos dormimos. Estar vivos implica muchas más cosas que mantener activas las funciones biológicas o que realizar ciertas tareas cotidianas una y otra vez.

Así suene paradójico, en muchos casos lo que menos hacemos es vivir la vida. Parecemos autómatas que repetimos una y otra vez las mismas secuencias durante semanas, meses y años y en ello basamos nuestra existencia. Nos levantamos pensando en lo que va a ocurrir en el trabajo, trabajamos pensando en el regreso a casa, regresamos a casa pensando en lo que haremos mañana y así sucesivamente nos la pasamos con vidas aplazadas, con momentos no vividos y con experiencias vacías de sentido.

Más allá de conectarse con el presente, lo cual también es necesario, lo que vale la pena realizar como algo potente y significativo para la existencia tiene que ver con la revisión de nuestro sentido de vida. Si ello no está claro y si no lo hemos podido precisar en la realidad cotidiana, no habrá posibilidad de tener un pasado con ciertas situaciones resueltas, ni un presente lleno de sentido, ni mucho menos un futuro planeado que pueda compensar dicha sensación de vacío.

Vivir la vida está íntimamente ligado a la capacidad de conectarse consigo mismo, de hacerse cargo de la propia realidad y de aprovechar la cotidianidad con las ventajas y limitaciones que en ella se presenten. Más que un acto de resignación es una decisión de resignificación de la vida. Suena simple pero no lo es, aunque no es tan difícil como podría imaginarse.

¡Vive!

Sentir que la vida pierde sentido es fácil. Una ruptura amorosa, una crisis laboral, un conflicto en la familia, una enfermedad, un fracaso económico o cualquier otra situación puede poner en jaque nuestro sentido vital. Aunque en cada persona es diferente y pueden encontrarse quienes les hacen frente a situaciones complejas y salen fortalecidos de las mismas, es común ver grandes realidades laborales, familiares, sociales e individuales, derrumbarse como un castillo de arena.

Nos hemos acostumbrado al éxito como punto de referencia para la vida, hemos puesto la excelencia como la única vía para asumir la realidad y hemos ubicado los logros, la felicidad y la plenitud en la cima de la existencia y como única vía posible para ser y para estar en el mundo. Ello termina siendo una trampa compleja de esquivar y un destino fatal que nos recordará con mayor fuerza que estamos incompletos, que siempre habrá algo fallido y que nunca habrá un último y mejor paso en cualquier cosa que emprendamos.

Cuando el fracaso se instala, cuando la falta aparece, cuando la felicidad es esquiva, cuando los logros se nos escapan y cuando lo que habíamos construido como puntos de anclaje para la seguridad propia se desvanecen, se fracturan o se mueven de lugar, la vida pareciera inútil y la emoción de existir comienza a irse por el desagüe.

Aunque suene a algo obvio, se hace necesario vivir la vida. La conexión con la propia realidad, con los errores y los aciertos, con los límites y las posibilidades, con las culpas y las alegrías, con los defectos y las virtudes, es algo requerido y que habrá de asumirse en la cotidianidad a lo largo de los años y como un asunto jamás terminado.

¡Vive! Más que una palabra puede ser una expresión necesaria para recordarse de manera diaria que la existencia es un constante vaivén y un eterno sube y baja del cual podremos aprender si nos disponemos a hacerlo. Nadie puede obligarnos a salir de la sensación de infelicidad o de falta de sentido vital, pero sí podremos dejarnos acompañar de otros cuando el sentido de la vida se encuentre fracturado y desvanecido. Así la realidad afuera tenga visos de fatalidad y de caos, la decisión propia en torno a cómo verla es la única que realmente tendrá sentido y que podrá movernos de lugar.

No aplaces tu vida

En la consulta psicológica es frecuente escuchar a las personas hablando de su descontento con la propia vida. Lo que les ocurre y que termina siendo lo que en la gran mayoría de los casos los lleva a psicoterapia, toca su sentido de la vida y muestra que este se encuentra golpeado y debilitado.

No todo podrá reducirse a vivir el aquí y el ahora, utilizado en algunos casos como fórmula mágica y como actividad puntual que pareciera resolver todo. Es necesario hacerse cargo de la idea de pasado que hemos construido, reconciliarnos con lo que nos hace ruido en el recuerdo y hacer las paces con esos asuntos, a veces temibles, oscuros y catastróficos que conocemos de nuestra vida. Ello es fundamental para poder conectarnos con la cotidianidad y para hacer rutas de futuro que partan de nuestros deseos y sentidos.

Para vivir una vida no aplazada habremos de construir la misma desde el disfrute de lo cotidiano y desde la conexión con lo simple. Por supuesto que se hace necesario gozar de los logros, los éxitos y las grandes conquistas, pero si ello no pasa por el reconocimiento de lo mínimo, de lo pequeño y de lo esencial, el camino quedará fácilmente truncado.

Por último, construir y encontrar el sentido de la propia vida no es algo de un día, ni de un año y ni siquiera podrá resolverse teniendo como punto de medida una década. Es una labor que se habrá de mantener a lo largo de la vida y hasta que la vida misma, cese.

Cuando la sensación de vivir se instala en el automatismo, cuando el sentido de la vida se identifica como difícil y sombrío y cuando la existencia aparece colmada por la sensación de vacío, se hace necesario buscar ayuda, pedir apoyo y permitirse el acompañamiento de otros. Mientras haya vida, será posible resignificar la realidad y reconstruir aquello que se siente perdido.

Vale la pena vivir la vida, vale la pena sentir la experiencia cotidiana desde el reconocimiento de lo simple y vale la pena conectarse con aquello que nos permite anclarnos en la existencia. Los amigos, la familia, el trabajo, las personas que amamos, las pasiones, los retos y todo lo que hace parte de la cotidianidad, pueden ser una vía posible para mantenernos conectados y vitales. Cuando ello se nubla y desaparece, vale la pena recordarse así no sea fácil, que la vida es para vivirla.


Compartir