Hay que tener(se) paciencia

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Somos muy impacientes (y me incluyo allí). Queremos todo «para ya» y nos cuesta esperar.

Aunque esa característica podría ser identificada como propia del ser humano, la vida contemporánea ha exagerado esa condición y la ha convertido en algo sintomático.

Vivimos de afán, queremos todo de inmediato y no damos compás de espera. Muchas veces lo hacemos porque no hay tiempo que perder, porque hay mil cosas por hacer y porque todo tiene que quedar resuelto. Y entonces la energía vital se destina a resolver todo y a dejar todo listo y cerrado para no angustiarnos.

Sin embargo, hay cosas que necesariamente han de tomarse su tiempo. Un duelo amoroso, la recuperación de una enfermedad, la resolución de una crisis y cualquier situación que implique la toma de decisiones vitales, requieren de algo que parece hubiéramos perdido: la paciencia.

Como se lo escuché a quien fuera mi psicoanalista durante un buen tiempo, «las cosas del alma se toman su tiempo» y por ello es necesario tener(se) paciencia. De lo contrario, terminaremos resolviendo todo de cualquier forma y cerrando de prisa, cosas que necesitaban tiempo para poderse tramitar de manera adecuada.

Así sea difícil y así vaya en contravía con el discurso cultural imperante, vale la pena tener(se) paciencia, darse un tiempo y resolver las cosas que tocan con la vida, «con calma y con buena letra».


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