Estos muchachos de hoy

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Estos jóvenes de hoy no son como los jóvenes de antes. Han cambiado mucho. «A nosotros sí nos tocó difícil», «nosotros sí aprendimos a respetar», «nada que ver la juventud de hoy con la juventud nuestra». Y sí, es cierto. Quienes dicen esto tienen toda la razón.

Los jóvenes de hoy son bien diferentes. Pero cuando pienso, observo e interpreto esas diferencias, lo que identifico no son solamente dificultades o limitaciones. También veo ganancias, potencialidades y nuevas rutas exploradas.

Más allá de la teoría,  hablo de los jóvenes con quienes he interactuado durante los últimos 20 años, es decir, cuando yo dejé de ser joven. He tenido la fortuna de interactuar con jóvenes de Villatina (centro oriente de Medellín), de Aranjuez (comuna 4 de Medellín), de Quitasol (barrio de Bello en el sector de Niquía), así como con jóvenes universitarios de EAFIT, UPB, Lasallista y el CES, con características socioeconómicas diversas y con procedencias múltiples.

Son bien diferentes a mí cuando era joven (me tocó mi adolescencia en la década de los 80 y mi juventud en los 90, es decir, en el siglo pasado), pero también son bastante semejantes a mí cuando era joven. Han crecido en otro contexto social, en otro momento histórico y han tenido que hacerse y responderse otras preguntas, aunque algunas de estas son las mismas de siempre.

A veces me desesperan sus actitudes, por momentos me siento desbordado por su desidia, hay ocasiones en las que la tranquilidad raya con la pasividad en sus acciones y hay momentos en los cuales pienso que están jodidos y con el agua lejos. Pero a la par, escucho sus reflexiones, reviso sus planteamientos, veo sus acciones y observo sus intenciones y me tranquilizo. Están en construcción pero tienen certezas, se saben en proceso pero ya saben que algo de sí mismos es material que comienza a ser terminado.

No comparto, ni de lejos, la idea en torno a que la de hoy es una juventud y una generación perdida. Así nombraban a mi generación a finales del siglo pasado y aunque posiblemente sigamos embolatados y no nos hayamos resuelto del todo, tan perdidos no estábamos.

No pienso en los jóvenes que conozco, como si fueran sujetos ideales. Afortunadamente puedo contrastar la teoría con la práctica en muchos escenarios y veo que se caen, se meten en problemas, se complican la vida, se enredan sin necesidad y se tropiezan con cosas minúsculas que se convierten en grandes problemas. Pero a su vez, veo que tienen sueños, que se comprometen, que se dedican a asuntos ligados al bien común y que caminan hacia adelante a pesar de sus propias limitaciones.

Los muchachos de hoy son muchas cosas que no éramos y nos confrontan profundamente con lo que somos. Aunque estoy convencido que es necesario «llamarlos al orden», ponerles límites y sancionar lo inadecuado de su proceder, los adultos habremos de seguir pensando nuestro propio lugar y también habremos de transformar nuestra mirada frente a ellos. No son como nosotros y eso no tiene que ser necesariamente malo ni dificultuoso. Puede ser una oportunidad para seguir construyendo juntos un mundo que sigue hacia adelante y que muta, cambia y se transforma sin cesar.


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