De la puerta para adentro

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Ya llevo casi 20 años atendiendo consulta individual en psicología. Durante este tiempo miles de personas han pasado por el espacio terapéutico y podría decir que son casi infinitas las situaciones que me han confiado. En uno u otro lugar en donde he trabajado como psicólogo clínico, he sido testigo de los conflictos que nos habitan a los seres humanos. Sin distinción de edad, género, condición socioeconómica o preferencia sexual, religiosa o política, algo nos duele, nos angustia, nos complica y se nos vuelve dificultad en algún momento de nuestras vidas.

Aunque a consulta también asisten personas buscando potenciar sus capacidades o pensar sobre su presente o su futuro para tomar una decisión, normalmente quienes me escriben o me llaman, lo hacen porque sienten que han desbordado sus capacidades para hacerle frente a una situación, porque se encuentran en una crisis importante o porque sienten que necesitan solucionar una problemática que tiene sus vidas “patas arriba”.

En muchos casos quienes se comunican conmigo no han ido jamás a donde un psicólogo y es una experiencia absolutamente nueva. Carecen de información sobre lo que ocurre en psicoterapia y existen muchas ideas, a veces erradas, sobre lo que es una consulta psicológica.

Lo que pasa de la puerta para adentro en un consultorio psicológico, sólo lo saben el consultante y el psicoterapeuta. La confidencialidad y el respeto por la información son elementos fundamentales para esta labor y son asuntos que hacen parte del código ético de esta profesión. Sin embargo, de manera general nos pasa lo mismo: la vida familiar, las relaciones amorosas, los espacios académicos y laborales, la relación con nuestro cuerpo, las crisis económicas y los conflictos con otros, son situaciones que a todos nos inquietan y que hacen que el equilibrio vital se pierda.

La puerta está cerrada

Una vez cierro la puerta en el consultorio, no sé con qué me voy a encontrar. Cada historia es diferente y cada momento en la vida de alguien, es distinto al anterior. A veces la persona que había llegado tranquila en una sesión regresa envuelta en llanto y sintiéndose terriblemente mal o por el contrario quien había estado angustiado, regresa con sensación de paz y sosiego a la siguiente sesión.

En medio de las situaciones dolorosas y angustiosas que allí se hablan, también ocurren cosas que podrían nombrarse como “divertidas” y particulares. Aunque a cada consultante previo a la primera cita le envío un texto en donde le cuento cómo es mi estilo de trabajo, los estereotipos que existen sobre la consulta psicológica aparecen de forma diversa en muchos de ellos.

En algunas ocasiones las personas se han acostado en el sofá que tengo en mi consultorio ya que asumen que ese es un diván, tal como lo usan los psicoanalistas. Alguna vez, hace ya mucho tiempo, una señora mayor me preguntó que donde podía cambiarse y ponerse la bata para la revisión. También, me preguntan con frecuencia por el medicamento que les voy a enviar o por el examen médico que les sugeriré que se hagan.

En algunos casos las personas están tan nerviosas por asistir a su primera consulta que sudan copiosamente, se les seca la boca e incluso, olvidan qué era lo que iban a decir. En otras ocasiones se sienten mal consigo mismos porque no han derramado una sola lágrima o porque no han parado de hablar durante la hora de la consulta y no han permitido que yo les diga algo sobre lo que les ocurre.

Más allá de estas anécdotas que sólo recogen un pequeño fragmento de lo que ocurre en la consulta, con la puerta cerrada les recuerdo a las personas que van a mi consultorio que pueden sentirse cómodas y confiadas para hablar sobre sus vidas, sobre lo que las inquieta y sobre lo que puede identificarse en algún momento como una posibilidad para resolver la situación que las angustia.

Aprender a escucharse

Aún recuerdo a un consultante a quien llamaré “Jorge”. Era un hombre de unos 40 años, casado, con hijos, con un trabajo estable y con una vida, como él mismo lo decía, “resuelta”. No tenía ninguna dificultad ni en su casa ni el trabajo ni en ningún otro lugar, pero se sentía mal, vacío y desorientado. Jamás había ido donde un psicólogo en su vida y había tomado esta decisión sin consultarle a nadie ya que le daba pena que pensaran que se había enloquecido.

Cuando cerré la puerta y le indiqué en donde sentarse, se veía nervioso. Al empezar me pidió que le contara bien cómo era la psicoterapia y qué podía pasar dentro de la misma. Durante los meses que estuvo en consulta fue una persona comprometida con su proceso personal y permitió que a partir de la conversación pudiéramos indagar sobre su historia y sobre su realidad.

En algún momento del proceso me contó que cuando llegó se sentía muy extraño ya que hablar con alguien desconocido de algo que ni él mismo sabía muy bien, era algo que nunca había hecho. Aunque tenía algunas amigas psicólogas y en su empresa tenía relación con el área en donde había profesionales en este campo, jamás había indagado sobre lo que implicaba asistir a una consulta.

Luego de un tiempo concluimos que habíamos llegado a un punto de comprensión que requería un cierre del proceso. De ese momento aún resuenan algunas palabras en mi cabeza y me recuerdan cosas importantes a tener en cuenta como psicoterapeuta. En la última consulta me dijo que no se imaginaba que detrás de la puerta del consultorio, iba a encontrar un espacio que le permitiera escucharse de esa forma. Aunque no había podido resolver del todo la sensación que lo llevó a consulta, estaba mucho más tranquilo y comprendía mucho de lo que le estaba pasando lo cual le permitía comenzar a tomar decisiones.

Me dijo que pudo sentirse escuchado por alguien profesional, que se sintió libre de juicios y de señalamientos morales y que al escucharme pudo integrar cosas que no había tenido en cuenta en su vida. Por último, me expresó que comenzó el proceso sin mucha “fe” en lo que iba a ocurrir allí pero que terminó el mismo con muchos aprendizajes sobre su vida.

De la puerta para adentro en un consultorio psicológico, pueden encontrarse respuestas y pueden construirse preguntas válidas y necesarias para la vida. Aunque no todos tenemos que pasar por un proceso psicoterapéutico, puede ser un espacio significativo para repensar la propia realidad y para tomar decisiones importantes en torno a la misma.


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