Cuando el cuerpo habla

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Qué cosa tan brava es enfermarse. A veces no tiene que ser nada grave, para que experimentemos esa sensación de fragilidad que da estar y sentirse enfermo. Una gripa, tener tos, el dolor de cabeza o un problema estomacal, pueden enfrentarnos con sensaciones incómodas y molestas, máxime si se repiten con cierta frecuencia en el año.

Es inevitable que nos enfermemos y es imposible hacerle el quite a la enfermedad. Por más que lo intentemos, en algún momento el malestar físico aparecerá y bien sea temporal o crónico, nos recordará que el equilibrio en la vida es precario y que la salud no siempre está presente.

Particularmente, soy un “mal enfermo”. Me cuesta dejarme vencer por la enfermedad, soy poco disciplinado con los medicamentos y aunque he estado hospitalizado, ha sido por cosas que definitivamente lo ameritaban y que no me permitían resolver mi malestar de otra forma. No sé si haya “buenos enfermos” pero sé que hay personas que se quejan menos, que se dejan cuidar más y que incluso estando enfermas, no pierden su buena energía.

¿Por qué nos enfermamos?

No pretendo psicologizar la enfermedad, pero sí es claro que hay muchas alteraciones, menores como una gripa o mayores como el cáncer, que pueden relacionarse con situaciones emocionales no resueltas, con dolores psicológicos no enfrentados y con silencios prolongados frente a situaciones difíciles.

En consulta con cierta frecuencia encuentro que cuando las personas comienzan a poner en palabras lo que los angustia, cuando se ponen en la tarea de hacerse cargo de su historia o cuando “sueltan el taco” de aquello que no habían podido decir en ningún otro espacio, algunas molestias físicas o la cronificación de las mismas, comienzan a resolverse. Más que un asunto mágico, tiene que ver con la liberación de la tensión emocional que, al no tener una vía de salida, en muchos casos se pone en el cuerpo.

Por supuesto que hay predisposiciones biológicas, historias genéticas en la familia e incluso hábitos alimenticios y de vida, que pueden ayudar a explicar la enfermedad. Sin embargo, no es posible desconocer la incidencia de los factores psicológicos en aquello que se convierte en enfermedad y en las formas en las cuales lo hacemos.

Aunque la psicología de manera general y de manera específica en sus diversas vertientes teóricas no hace un abordaje de cada grupo de enfermedades, sí es posible abrir puertas comprensivas para darle sentido más que al síntoma, a sus causas. Aunque en cada persona esto tiene vías diferentes y los significados pueden ser múltiples, es posible relacionar algunas características sintomáticas, con situaciones que se han vivido o que se están viviendo.

Cefaleas, dolores de cabeza o migrañas frecuentes, pueden tener relación con la incapacidad de dejar de pensar, de darle vueltas a cada problema de manera reiterada y de racionalizar más que de sentir. Dificultades en las vías respiratorias, pueden tener que ver con miedos, angustias y temores no expresados y con palabras contenidas que no se han dejado salir. Problemas gástricos pueden tener que ver con la dificultad para resolver las situaciones problemáticas, masticarlas una y otra vez sin poderlas “digerir”.

Algunas veces puede ser útil en la consulta psicología, acompañar a los consultantes a comprender la naturaleza de sus síntomas físicos, no para que dejen de prestarles atención o para que dejen sus tratamientos médicos, sino para que puedan encontrarle otros sentidos y así se ayuden a sí mismos en su recuperación. Intervenir el cuerpo sin tener en cuenta la dimensión psicológica, es perderse una parte muy importante de la realidad de la persona y esto aplica también en la vía contraria: no todo es psicológico e incluso en los espacios terapéuticos, es necesario leer el cuerpo del consultante como parte integrante de su existencia.

Expresar de manera adecuada

Estoy convencido que la enfermedad también es necesaria en la vida de las personas. En gran parte dicho estado nos recuerda la importancia de la salud y nos pone en la tarea de regresar al equilibrio. La enfermedad puede mover la vida y puede ayudar a reencontrar significados que estaban perdidos en la existencia, así como puede mostrar lo frágiles y lo fuertes que somos en esencia.

Sin embargo, cuando la enfermedad es un síntoma de algo emocional, de algo psicológico o de algo histórico, se hace necesario construir alternativas para resolverla y para que lo esencial pueda encontrar una salida diferente a la alteración física.

Aunque hay muchos momentos en la vida en los cuales es necesario callar, también existen muchos otros en los cuales esto termina volviéndose contra nosotros mismos. Las situaciones angustiantes y las cargas emocionales, no se resuelven ni se desvanecen sólo por silenciarlas. A veces pareciera que han desaparecido, pero no ha sido así; han quedado enquistadas y al no encontrar una vía de salida adecuada, se van convirtiendo en síntoma físico.

Como psicólogo estoy convencido que poner en palabras aquello que angustia, que duele y que genera sufrimiento, permite no sólo disminuir su fuerza, sino que se convierte en la vía para poder tramitarlo, para comprenderlo e incluso para resolverlo. Buscar espacios para que ello ocurra es necesario y se convierte en una responsabilidad con la vida propia y con la vida de los demás.

Aunque suena a paradoja, a veces la enfermedad se convierte en un bastón en la existencia. Aprendemos a normalizar el malestar y pareciera que el destino que tenemos escrito, tiene nombre de alteración física. En muchos casos estar enfermo, consciente o inconscientemente, es la vía para poder interactuar con las otras personas. Ello hace que las miradas de los otros se pongan en nosotros y que obtengamos el cuidado que anhelamos. Es muy importante hacerle frente a este tipo de situaciones ya que es una vía bastante compleja y cuyo resultado normalmente es el sufrimiento.

Vale la pena aprender a expresar de forma adecuada aquello que sentimos, aquello que nos angustia y aquello que nos genera malestar, así como aquello que nos emociona, nos potencia y nos permite crecer. Silenciar una y otra realidad en la vida propia, puede hacer que la salida sea la enfermedad y que, sin palabra, lo que hable sea el cuerpo.

 

Columna publicada en la edición impresa del periódico Gente el 21 de junio de 2018


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