Creo que me enloquecí

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Todos nos hemos sentido desbordados por situaciones que nos ocurren y esto nos pone al límite de nuestras fuerzas. En esos momentos podemos incluso experimentar “la visión de túnel” y sólo percibimos lo que no funciona, lo que nos angustia y lo que nos desequilibra. La mayoría de las veces recuperamos nuestro balance a los pocos días y aunque puede que quedemos golpeados por esa experiencia, seguimos adelante. Sin embargo, no siempre el retorno a la tranquilidad ocurre y la sensación de entrar en el terreno de “la locura”, nos invade. Los días, las semanas y hasta los meses se acumulan; la sensación de desequilibrio se hace más evidente y la vida se pone “patas para arriba”.

La psicología y la psiquiatría han construido manuales diagnósticos que permiten identificar las patologías mentales y desde allí, se diseñan las alternativas de intervención y de abordaje. Trastornos de ansiedad, cuadros depresivos, trastornos bipolares, síntomas ligados a la esquizofrenia, características obsesivas en el comportamiento, trastornos relacionados con el estrés, con la alimentación, con la imagen corporal y hasta con la práctica sexual, aparecen en el listado infinito de posibles alteraciones mentales. Esto es útil ya que permite identificar los síntomas para poder trabajar con ellos, pero en muchos casos el rótulo que implica saberse con una alteración mental hace que las personas difícilmente se piensen por fuera de su patología.

De otro lado, en muchos casos y a pesar de saberse desbordadas, las personas no buscan la ayuda de un profesional e incluso ni siquiera se acercan a pedir apoyo en su círculo familiar o en su grupo de amigos. Sentirse psicológicamente inestable pone en evidencia la vulnerabilidad individual y la sensación en muchos casos es de vergüenza. De estas cosas no se habla y no se pide ayuda y si se trata de los hombres, la situación es mucho más crítica. Sentir que nos estamos enloqueciendo nos pone en el límite y confronta nuestras capacidades para seguir adelante con nuestra vida.

La delgada línea de  la normalidad

Quienes buscan ayuda profesional, en muchos casos comienzan la consulta diciendo algo como lo siguiente: sé que algo me pasa, eso me hace sufrir y siento que ese sufrimiento no es normal. Puede ser una situación relacionada con la pareja, un problema que ha tenido expresión en lo laboral, un pensamiento recurrente o un comportamiento que se sale de control. A veces son pequeñas cosas las que nos ponen en jaque y las que nos hacen sentir que estamos caminando por el borde de un abismo.

En muchos casos esa situación se había vivido sin problemas ni complicaciones pero en algún momento las cosas cambiaron y algo empezó a doler; la sensación de tener algo que no es normal y de experimentar algo que se ha desbordado, comienza a ser muy fuerte. Sin embargo, no por ello ha de tenerse una enfermedad mental ni se ha de estar cerca de la locura. Saber que algo pasa y hacerse cargo de ello, es una muestra de la salud que aún existe en la persona y este es un punto de partida muy importante para cualquier proceso.

Aunque posiblemente alguien desde afuera piense que lo que ocurre es simple y sin importancia, será la persona que lo siente, quien le encuentre sentido y significado a su sufrimiento; es desde allí que habrá de trabajarse en psicoterapia o en cualquier otro espacio en donde se haya buscado apoyo. Ninguna situación carece de importancia cuando alguien la padece y no todo sufrimiento implica una enfermedad mental.

De manera resumida podría decirse que hay algo que muestra la necesidad de hacerse cargo de sí mismo más allá de pensar en una enfermedad mental o de sentirse como un loco. Cuando la vida familiar, social y laboral comienzan a tener afectaciones importantes, cuando lo que antes funcionaba de manera adecuada se convierte en un espacio caótico y cuando el sufrimiento es lo constante, se hace necesario buscar ayuda para que esto no continúe ocurriendo de manera descontrolada. Además es importante entender las razones por las cuales la angustia y el dolor se volvieron la regla, para así saber cómo empezar a enfrentarlas.

Siempre hay salidas para el sufrimiento

Todos sufrimos. Algunos más que otros, pero a todos nos llega el momento de sentir que nos desborda la preocupación y que lo que antes era fácil de resolver, se ha convertido en una dificultad. Y el sufrimiento duele; y duele mucho más cuando no lo expresamos, cuando lo guardamos y cuando dejamos que se incube por meses o incluso por años. Tarde o temprano eso que nos causa malestar tendrá que salir y si había estado tapado u oculto, la explosión puede ser poderosa e incluso, catastrófica.

Sin embargo, los seres humanos tenemos capacidades individuales y sociales para hacernos cargo del dolor y del sufrimiento. Por más difíciles que sean las situaciones siempre habrá alternativas para encontrar salidas y para identificar que lo que duele, aunque puede seguir doliendo, puede abordarse de manera diferente y mucho más favorable.

En algunos casos llegaremos a desarrollar una enfermedad mental o estaremos cerca de una alteración psicológica que se convierta en una dificultad para nuestras vidas diarias, pero no por ello habremos de mantenernos para siempre en el mismo estado. Es claro que cada uno de nosotros puede decidir si se enfrenta a lo que lo angustia o si deja que sea el sufrimiento el que se vuelva más fuerte y el que nos haga sucumbir. Sin embargo, podemos optar por la vida y por el encuentro con nuestras capacidades y potencialidades, así lo que nos duela sea muy fuerte y complejo de resolver.

Existen múltiples alternativas para hacernos cargo de eso que duele; será nuestra decisión la que nos permita ponernos en camino. Una vía puede ser la psicología, así como otras profesiones que acompañan procesos individuales. Otra vía puede estar ligada a los amigos, la familia o a los entornos que puedan ser protectores y cuidadores.

Así sea un camino complejo y que implique costos en tiempo, recursos y energía, vale la pena dejarse acompañar, vale la pena hacerse cargo de uno mismo y vale la pena confrontarse con el sufrimiento. Hablar de ello, expresar lo que se siente, buscar nuevas alternativas y comenzar a mirar la vida propia desde otro lugar, son posibilidades que siempre están al alcance de la mano. “Enloquecerse” es posible, pero dejar de estarlo, también es una importante opción.

 

Columna publicada en la edición impresa del Periódico Gente el 5 de julio de 2018


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