Los chorizos más famosos de Amagá

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La nota de hoy es muy especial, dedicada a una familia extraordinaria, que admiro y aprecio por su tenacidad y queridura, siempre al frente de su negocio que más que clientes tiene un millón de amigos.

Recién llegados a Medellín, nos invitaron con la flaca y los niños a una finca en Amagá a donde no iba desde hace como 35 años. El pueblo sigue muy parecido, pero quedamos aterrados con los cambios ambientales en la región ocasionados por las minas, la cantidad de fincas y parcelaciones, estaderos y ventas a orillas de carretera.

Aunque no soy muy de paseos a fincas, sucumbí ante la posibilidad de dormir un poquito mientras los insoportables aprovechaban la piscina y los caballos de mis amigos. El clima me gustó, ni frío ni caliente, pudimos comprar mangos, naranjas, mandarinas, limones, papayas, guayabas, guanábanas y montones de frutas que se producen en la región. Fuimos a un par de trapiches y a tomarnos unos guaros ricos a una de las estaciones antiguas del ferrocarril cerca de un puente antiguo tenebroso; en fin, terminamos pasándolo bastante bien.

Pero sin ninguna duda, lo mejor del paseo fue la parada a la ida, con repetida obligatoria al regreso, en la Curva del Gordo, un estadero de carretera de esos soñados, llenos de historias y sabores memorables, con una clientela inmensa que según entiendo desde temprano acude detrás de sus especialidades de parrilla, platos antioqueños y colombianos preparados con inmenso cariño y dedicación, por el “gordo” y su familia.

Como cualquier cocinero y glotón insaciable soy curioso por naturaleza, y por supuesto me hice presentar a Carlos Toro, el “gordo”, su dueño y creador, un personaje lleno de mística, compromiso por el oficio, carisma y simpatía, que según me contaron varios amigos, se ha ganado la fama inmensa a cuenta de guerrearla, que hoy recoge feliz los frutos de varios años de esfuerzo colectivo, ya que tanto su esposa como sus hijos han sido protagonistas de esta historia que enaltece el sector de la hospitalidad.  Una familia sensacional llena de amigos, admiradores y comensales felices.

Su fama se disparó gracias a los chorizos tradicionales y picantes, de su creación, perfectamente equilibrados entre la cantidad de carne y grasa, condimentos, especias y su tripa natural; ha logrado mantenerlos exquisitos a pesar de que hoy produce miles cada mes para atender la demanda de sus tres sedes en Amagá, el Mall Sabaneta y Guarne entre el aeropuerto y la Medellín-Bogotá.

Este restaurante es otra prueba del éxito que tienen los emprendimientos familiares atendidos directamente por sus dueños; en Amagá siempre se puede ver a Carlos incansable frente a la parrilla, a su señora en la tienda de cositas ricas para llevar y a Juan Pablo atendiendo en su local de Guarne.

Comimos fríjoles, chorizos, chicharrones, punta de anca y costillas, todo demasiado rico, sin embargo, lo que nos hizo volver, o mejor dicho por aquello que me obligaron a parar al regreso la flaca y los insaciables, fue por el postre de Milo, imperdonable, memorable, como patrocinado por mi dietista que engorda su cuenta por mi cuenta a la que le tiene sin cuidado el dicho tan antioqueño: “lo que no mata engorda”. Familia Toro, gracias por hacerme tan feliz.


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