Hace tiempo no me comía un helado tan rico… y saludable

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Me tocó ponerme a dieta, algo con lo que no contaba en este momento de mi vida, cuando más disfruto la comida.

Desde que me acuerdo he sufrido las desdichas de los que engordamos comiendo lechuga, entre médicos, dietistas, sicólogos, bullying y sacrificios en una cultura que le rinde culto al cuerpo. Dos veces pasé por la dieta del despecho cuando se es incapaz de comer nada distinto a crispetas y una tercera salí como un fleco de un mes de hospitalización alimentado solo por suero.

De ahí la foto con la que hicieron la ilustración de estas notas, por la que mis enanos se burlan tanto con aquello de como me pintaron de flaco. Y aunque trato de no mortificarme tanto, me empecé a cuidar solo por mis enanos, no más. Odio a los que comen que no engordan y detesto a los que me sugieren dietas o me las quieren vender por las redes.

Suprimí dulces, harinas, grasas y fritos, sin mayor esfuerzo ya que afortunadamente me encantan las frutas y verduras, pero lo que más me duele es alejarme de los helados, que han sido mi obsesión desde niño, cuando me tocó la fortuna de ser uno de los primeros que probó los Mimo’s en un local diminuto debajo de la 70; me enloquecí con el helado de vainilla de Sandú, un sabor que se me quedó grabado en la memoria que no he podido volver a sentir; los de lulo, ron con pasas y chocolate de la heladería San Francisco, en el parque Bolívar, que nadie ha podido superar; el peach melba, del Unión; los mantecados gigantes que desaparecieron en silencio, a pesar de su inmensa popularidad; los balones de Fruly y las paletas de limón de La Fuente, nunca superadas.

Con los años he descubierto varios ricos, como los de paila nariñenses; los de gelatto per tutti, en Melrose; los de Jauja, en el Bolsón, territorio neo hippie y, por supuesto, los callejeros londinenses, sobre todo ese que me comí la tarde brumosa y fría que conocí al amor de mi vida.

Y aunque sigo delirando con los conos de arequipe, macadamia, pistacho y nata, me puedo morir de emoción ante una banana split, como las de Brasas, en Llanogrande, mejor que las gringas. Y fue ahí al lado que hace un par de semanas nos fuimos a curiosear el nuevo Mall Jardines Llanogrande, que nos gustó mucho.

En el recorrido familiar, pasando por un puesto de helados que no conocíamos nos dieron una pruebita de uno que anuncian como muy saludable, bajo en azúcar y grasa, perfecto para mi dieta. Me sorprendió que, siendo tan sano, del grupo de alimentos light que están tan de moda, hubieran logrado desarrollar una fórmula que lo hace delicioso y refrescante, ideal para que los que nos estamos cuidando comamos sin remordimientos. Eureka.

Madelo, qué negocio tan bien montado. El mío me lo comí sin nada más, pero la flaca y los enanos hicieron cubrir su helado con varios toppings: fresas, kiwi, mango, coco, leeche, nutella, almendras, arequipe, chocolate, nueces, maní, milo, galletas trituradas, gomitas y otras cosas todas ricas, aunque lo que más les gustó fueron unas perlas de colores que explotan en la boca.

Desde ese día quedamos encabezando la lista de fans de Madelo, que afortunadamente tiene locales por todo Medellín. Hace tiempo no me comía un helado tan rico ni tan balanceado en sabor. Un negocio digno de admirar por su autenticidad, su montaje moderno, buena atención, pero sobre todo por ser una alternativa tan sana, un verdadero oasis en medio de una dieta.

Ojalá todos los negocios de comidas ofrecieran opciones saludables, el mundo sería más feliz ya que estos sacrificios suelen ser deprimentes, más para alguien que vive por comer y come por vivir, como yo. Bravo, Madelo, aplausos

Por Efraín Azafrán
efrainazafran@gente.com


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