Y el premio al mejor chicharrón es para…

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A pesar de que he comido chicharrones preparados de mil maneras y formas por todas partes del mundo, me quedo con el que nací y crecí en sitios inolvidables que desaparecieron casi todos como el Reposo, Los Asados, Uno Dos frisoles con arroz, Carabanchel, Doña María, El Poli, Montenevado, El Pencil, Primavera y El alto de Boquerón entre otros.

Desde que volví de trabajar por fuera me he dedicado a comprobar el por qué creo que esta fantasía de la cocina criolla sea uno de nuestros mejores representantes en la mesa. Hoy se siguen consiguiendo sensacionales y han aparecido varios modernos muy interesantes y ricos.

Me llamó mucho la atención que en el Reino Unido, Noruega, Dinamarca, Alemania, Portugal, España y China encontré varios parecidos a los de aquí; hace poco tuve el privilegio de comerlo de la mano del chef Jamie Oliver que los hace ricos. En América los encontramos en todos los países deliciosos.

Cuando veo los programas de cocina de televisión en que los sibaritas viajan por el mundo probando los platos regionales favoritos de la gente, me llama mucho la atención, que aquellos restaurantes más populares, queridos y visitados, jamás figuran en ninguna lista de los mejores, de esas que hacen más ricos y famosos a los que pagan por estar ahí.

Me encanta recorrer la ciudad y las carreteras buscando esos genios anónimos de los sabores de los que pocos hablan en los medios pero que se mantienen en las preferencias de los comensales.

Así encontré este rincón en la “nueva calle de la Buena Mesa” en el barrio Jardines en Envigado. Amo este municipio en donde han conservado por igual el patrimonio arquitectónico y gastronómico. Sus barrios de hermosas casas viejas antioqueñas están llenos de esquinas en donde hacen los mejores buñuelos del universo, panaderías tradicionales y un montón de comederos secretos llenos de delicias colombianas como la morcilla merecidamente célebre.

Pero en mi lista de favoritos sobresale sin duda uno, del que no puedo hablar mucho porque se mortifica mi mujer golosa, en donde se muere de la dicha y comprueba que pecar así vale la pena, con remordimientos que cura sudando sexy en el gimnasio, más o menos una hora de aeróbicos por cada pata de chicharrón.

Lo que no me cabe la menor duda es que si existiera el premio al mejor chicharrón, hace años se lo hubieran dado a su dueño: Orlando Montes, que en 1982 abrió este paraíso de sabores, visitado por la crema y nata nacional y montones de extranjeros que allí descubren las maravillas de la cocina colombiana.

El Trifásico es un homenaje sin fin a los sabores antioqueños y colombianos. Su nombre proviene de uno de sus mejores platos, un sudao con posta, lengua y oreja acompañados magistralmente con generosas porciones de arroz y yuca, pero además son célebres el róbalo apanado, la bandeja paisa con fríjoles cargamanto blancos y la chocozuela o codillo de cerdo.

Capítulo aparte, su obra maestra es el chicharrón de dos carriles de libra y media, un desafío al buen apetito, una celebración para los sentidos que nos recuerda que la vida es una sola, y que como decía Fernando González el inmenso filósofo envigadeño: “el peor remordimiento es aquel que se siente por lo que se dejó de hacer”.

Chicharrón que usted vea pasar y no se coma, lo perdió, después se va a arrepentir, cuando ya no haya nada que hacer, qué dolor. Gloria al chicharrón de este genio de los placeres.


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