Lo que las palabras dicen de nosotros

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Hace un par de días tuve la fortuna de conocer una breve historia que hasta hoy resuena en mí. Fue justamente la simpleza de la situación lo que me cautivó; un acontecimiento cotidiano que reveló un hecho de gran importancia para la vida de uno de sus protagonistas:

Dos amigos se encontraron a la salida del trabajo, en la hora del almuerzo, para compartir un rato. Uno de ellos propone que podrían ir a comer, pero el otro responde con una negativa, ya que, según dice, está bastante lleno y no apetece de nada. Su amigo le insiste varias veces y de múltiples formas: le propone que coma en pequeñas porciones, que solamente se coma el postre, o que mínimamente lo acompañe…. Luego de tanta insistencia decide aceptar, aunque realmente estaba lleno.

 Una vez ambos estaban en el restaurante deciden ordenar el menú del día, y pasado un tiempo entre risas y anécdotas, el hombre que decía estar lleno comienza a palidecer, y dice, casi sudando, que no puede con más comida. Ante lo cual su amigo le responde:

Pues sencillo, hombre. No te comas lo que falta. Deja eso.

Y obtuvo la siguiente respuesta:

No puedo. Para mí es imposible. Desde pequeño mi mamá me decía que no podía dejar ni un grano de arroz

La simpleza de la historia no debe ser tomada por insignificante, ya que representa  todo lo contrario: en un hecho cotidiano se pudo ver el impacto que en el alma tiene la palabra. Resulta que, aunque no nos percatemos, lo que decimos a diario puede surtir, en nosotros y en los otros, efectos profundos que perduran a lo largo de toda la existencia. ¿Cuántos recordamos, con gusto o enfado, una palabra, dirigida a nosotros, que alguien dijo sin cuidado? O es que ¿acaso hemos considerado las consecuencias que podría tener en el otro lo que pronunciamos?

Aún más importante ha de ser, para aquellos que están a cargo de niños y niña en el hogar, la educación u otros entornos, pensar la forma en que los estamos nombrando, o al menos preguntarnos qué puede pasar en ese niño o niña a quien se le dice: ‘’¡Vamos, que tú puedes!; ¡Tienes mi apoyo!; ¡ Yo te cuidaré!; o cuando ocurre a la inversa: ¡Tú no eres capaz de hacer nada!; ¡No cuentes más con mi apoyo!; o ¡Todo es culpa tuya!.

La experiencia nos muestra que las palabras no siempre se las lleva el viento, otras quedan inscritas sobre la piel, otras escriben la historia de una persona,  otras tienen el poder de liberar o condenar. Ciertamente es imposible predecir los efectos que podría tener en los demás cada cosa que decimos; sin embargo, ello tampoco nos exime de la responsabilidad de usar adecuadamente las palabras procurando la construcción de relaciones saludables. No sólo porque la palabra dice algo de nosotros, sino porque puede transformar la vida del otro.

…¿Y usted se ha preguntado para qué utiliza las palabras?

 

 

Esteban Agudelo Arismedy 

Psicólogo

Corporación de Amor al Niño Cariño 


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